La Colmena Quejumbrosa

Traducción de Alejandro Daniel Delgado Vidal

    Había una gran colmena atestada de abejas que vivían entre lujos y comodidades de toda clase. Era famosa tanto por sus enormes y feroces enjambres como por ser la cuna de la Industria y la Ciencia. Gozaba, entre los himenópteros, del mejor de los gobiernos. No estaba atada a los vaivenes de la democracia, ni esclavizada por una tiranía. Se trataba de una monarquía perfecta porque el poder de sus reinas estaba circunscrito por las leyes.

     Eran estas abejas como una pequeña humanidad; todas nuestras actividades, ellas las hacían en diminuto. Para lo que se te ocurra, ellas tenían sus equivalentes: castillos, talleres, carros, armas, ciencia. Y, al igual que nosotros, de vez en cuando soñaban con ser dueñas de sí mismas; aunque, cuando esto sucedía, la reina de inmediato hacía marchar algún regimiento para despabilarlas.

     Vivían hacinadas las millones de abejas. Cada una trabajaba para colmar la vanidad y la lujuria de la otra. Las que amueblaban la colmena, fabricaban productos  mal hechos para que se desmoronaran en poco; hay que mantenerse ocupadas. Otras, las que tenían grandes fortunas, emprendían negocios de inmensa ganancia sin ningún esfuerzo. También había las que trabajaban las guadañas y palas, rindiendo su sudor y salud a diario con tal de comer, ¡qué miserables! Y, por supuesto, estaban las lacras: ladronas, adivinadoras, jugadoras, proxenetas. Eran estas enemigas del trabajo honesto, les parecía más sencillo arrebatarles el dinero a las otras. Las llamaban "bribonas", como olvidando que todo oficio se apoya en una estafa. 

    Había abogadas que ¡cómo les gustaba multiplicar las peleas! Alargaban las audiencias a propósito para inflar sus honorarios y, como ladrones que buscan saquear una casa, estudiaban algún la ley para encontrar algún resquicio. 

     Tenían también doctoras. Sí, es cierto que se preocupaban más por su reputación que por sus pacientes o sus habilidades, pero las había muy buenas. En vez de estudiar los principios de la medicina, practicaban cómo lucir serias e inteligentes. Con esto perfeccionado y escuchando con fingida atención las recetas de las tías curanderas junto con una sonrisa y un "cómo te encuentras", fácil se ganaban la confianza de las abejas. Su peor fastidio, la impertinencia de las enfermeras.

     Muchas sacerdotisas se comportaban como comerciantes, vendiendo las bendiciones de Jove. Muy pero que muy pocas de estas eran realmente doctas en la fe, la mayor parte era ignorante. Y como la astucia es el único medio de supervivencia para esta clase de abejas, sabían cómo esconder su holgazanería, lujuria, avaricia y orgullo. Siempre me sorprendía ver a tantas abejas hambrientas rezando por una gota miel, mientras estas holgazanas que profesan la compasión se complacían en la comodidad, con salud y boca llena. 

     Las guerreras estaban en constante lucha, siempre había alguna guerra. Las que sobrevivían o regresaban cubiertas de honor o sin patitas. Otras huían de la batalla. Algunas de las generales combatían al enemigo con valentía, pero, y no pocas, muchas aceptaban sobornos y permitían el avance o la retirada del enemigo. También, no era raro ver que a las veteranas lisiadas les dieran una pensión que consistía en la mitad de su sueldo; mientras que las que nunca dieron batalla, se quedaban en casa con el doble del sueldo. 

     Ahora con respecto a las que servían a la corona, ese enjambre de funcionarias y ministras, no te sorprenderá saber que estas truhanes se embolsaban lo que no debían. Tenían un sueldo para nada extraordinario y, sin embargo, todo a su alrededor era de un un lujo extraordinario. ¿Cómo lo conseguían si ante el público se decían abejas muy honestas? Cuando, por alguna razón, la corona se apretaba el cinturón, a sus mañas las llamaban "emolumentos" o "gratificaciones". Ahora, si tontas no eran, sabían que no convenía pavonearse mucho en público; no es prudente echarle en cara tu fortuna al perdedor del juego. 

      Si hubieras podido caminar por las calles de la colmena, te hubieras encontrado con el mercado bullicioso de las abejas, que consistía en hacer codiciar lo inútil. En pocas palabras, gato por liebre.

     Como entre nosotros, su Justicia era ciega, pero el sentido del tacto lo tenía bien agudo, pues no era raro verla palpar cuántas monedas le ofrecían por su balanza. Si bien parecía imparcial cuando se trataba de castigos corporales o deliberando crímenes violentos, en otros casos hundía su espada contra las pobres y necesitadas que, empujadas por el instinto de supervivencia, cometían crímenes menores. 

      Hemos visto algunos de los rincones de la colmena, y sé que no parece idílica, pero te aseguro que si la ves de lejos, como un Todo, está a poco o nada de ser un Edén. Admirada en la paz y temida en la guerra, por todos los insectos apreciada. Su prodigalidad era la firmeza del universo melífero. Si algo sabían hacer mejor que otros, era que la corrupción moral incrementara su poderío; unir virtud y vicio. ¡Qué maravilla que incluso el más haragán y mentiroso pueda contribuir al bien común! 

     Para que este Todo permaneciera tal cual, en este equilibrio perfecto, el Estado hacía que los partidos directamente contrarios colaboraran, de modo que el orden de las cosas parecieran de común acuerdo. Y procuraba que la temperancia y la sobriedad estuvieran siempre de la mano de la ebriedad y la glotonería.  

     La avaricia, raíz de todo mal, era esclava del consumismo. Verás, es que el lujo emplea a millones de las abejas más pobres, y el orgullo, ni se diga. Eran Envidia y Vanidad las más aptas ministras de Economía e Industria; son caprichosas y volubles, el perfil ideal para echar a andar el comercio. Bueno, incluso las leyes estaban sujetas a la inconstancia, lo que ayer estaba permitido, hoy es criminal. Gracias a esto, el ordenamiento jurídico podía reparar las fallas que eran imposibles de prevenir. 

     El vicio mueve todo, incluso el ingenio. Y este, unido a la industria, elevaba las comodidades de la vida a tal altura, que las más pobres de las abejas vivían mejor que las reinas de antaño. 

     ¡Qué banal es la felicidad mortal! Si tan solo hubieran entendido que los bienes terrenos son mejor bendición que lo que los dioses pueden conceder, no hubieran andado de quejumbrosas. Todas se quejaban y maldecían  a la reina y sus ministras clamando "abajo las corruptas"; claro, ciegas y sordas para con sus propios pecados, son inclementes con los de otras. Escuché decir a un montón de esas comerciantes que venden gato por liebre "ojalá todo se venga abajo, tanto fraude es insoportable". Otras decían "¡Se ha perdido la honestidad!". En los cielos, Mercurio no pudo sino sonreír de ver cómo recriminaban lo que tanto amaban; Jove, en cambio, no se lo tomó a la ligera e hizo que los corazones de las abejas se colmaran de honestidad. 

     El cambio se notó de inmediato. En tan solo media hora, el precio de la carne cayó un penique por kilo. La hipocresía con la que todas se escondían se esfumó. Las que debían algún dinero, pagaron hasta lo que sus acreedoras habían olvidado. Las que habían cometido algún crimen, confesaron sin más. La colmena se había vuelto terreno infértil para las abogadas, que volaron en busca de otro lugar más adecuado para ellas.

   La Justicia desahogó todos los juicios que quedaban pendientes, condenó a unas y liberó a otras. Cuando todo terminó, ya no era requerida. Así que, con todo su séquito de leyes y reglamentos,  salió de la colmena. Detrás de ella, carceleras, cerrajeras, funcionarias y policías que hacen su vida a costa de las penas ajenas. 

      Las doctoras no se marcharon porque enfermas siempre había, pero cambiaron en la práctica. Ahora de verdad luchaban por librar de la miseria a sus pacientes; dejaron usar medicinas importadas y comenzaron a usar solamente sus propios productos. Dios no envía plagas sin cura. 

     El clero se despertó. Comenzaron a servir a los dioses sin ningún vicio en su corazón. Todas las que no eran de corazón devotas, dejaron los hábitos. La suma sacerdotisa renunció, pues ya no había menesterosas que echar de su puerta, ni había necesidad de tomar un cachito del sueldo de las pobretonas. En su casa, sin embargo, dio de comer a las hambrientas y a las desahuciadas les dio techo. 

     Entre las ministras de la reina, el cambio no pudo ser más severo. Comenzaron a vivir modestamente, con solo su sueldo. De pronto, reconocieron que exigir diez veces su sueldo era un fraude y no un emolumento. En las oficinas y recintos de gobierno, donde antes se necesitaban tres abejas, que solo solían supervisar la bribonería de la otra, con una honesta era más que suficiente. Las millares de burócratas, se echaron a volar. 

     Cuando hay honestidad, el comercio se estanca. Por lo tanto, las abejas más ricas y sus empresas, junto con los enjambres de trabajadores que tenían empleadas, abandonaron la colmena. 

   El precio de la tierra y la vivienda colapsó. Los monumentales palacios fueron abandonados. El negocio de la construcción desapareció porque se dejaron de emplear a los arquitectos y, con ellos, a los albañiles, pintores y canteros. 

    Las abejas que se quedaron se iban haciendo cada vez más ascéticas y estoicas. Dejaron de trabajar para despilfarrar, sino para vivir. Por esto ya nadie frecuentaba las tabernas, y así fue como quebraron los vinateros también. 

     Después del milagro, a la más arrogante de las abejas, una llamada Cloe, la vieron vendiendo todos sus muebles y se visitó con la misma ropa todo el año. ¡Ahora la ropa dura! Se hacía de buena calidad.  Por esto se empobrecieron las maquilas de seda y tela fina, y todos los oficios subordinados desaparecieron. 

     Reina la paz y la abundancia, todo es barato, aunque sin distinción. La generosa naturaleza, libre al fin de sus jardineros, reparte sus frutos libremente, aunque las exquisiteces más difíciles de conseguir estaban ausentes. Todas las artes yacen olvidadas. Satisfechas con la muerte de la industria, las que quedaron vivían con tienditas de casa.

      Solo una centésima parte de las abejas se quedó en la colmena. Fueron incapaces de rechazar a sus adversarias, aunque ofrecieron una resistencia valiente. Su coraje se vio recompensada con una victoria pírrica; miles fallecieron. Endurecidas por esto, la tranquilidad les pareció también un vicio, así que se mudaron a un tronco hueco y seco donde vivirían sin una sola comodidad, pero bendecidas por la honradez y la felicidad.

     Los ingenuos luchan por el sueño de una colmena honesta. Gozar de las comodidades del mundo sin los grandes vicios, una Utopia. Deben de existir el fraude, el lujo y el orgullo si queremos recibir los beneficios. La hambruna es una plaga terrible, por supuesto, pero ¿quién come y prospera sin ella? ¿No debemos el vino a una escueta y seca vaina? Piensa cómo, en la naturaleza, la vid se enreda en troncos y tallos hasta matar a su víctima; pero nos bendijo con su fruto en el momento que la atamos. Así es el vicio cuando lo dominamos mediante las leyes.

a bunch of bees that are on a beehive
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